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Óscar del Hierro: “El Análisis de Ciclo de Vida reconstruye la biografía de un producto para conocer su impacto ambiental”

6 junio 2025

 

Desarrollar modelos de producción respetuosos con el medio ambiente es uno de los grandes retos del sector agroalimentario. Para lograrlo, es esencial contar con herramientas que permitan identificar impactos y proponer mejoras. El Análisis de Ciclo de Vida (ACV) se ha convertido en una metodología destacada para avanzar en este sentido. Óscar Del Hierro, investigador del departamento de Conservación de Recursos Naturales, nos explica la función que desempeña en numerosos proyectos impulsados en NEIKER.

 

Para empezar, ¿cómo definiría el Análisis de Ciclo de Vida (ACV) en términos sencillos?

El Análisis de Ciclo de Vida, o ACV, es como mirar la historia completa de un producto, desde que nace hasta que deja de utilizarse. Es decir, desde que se extraen o emplean los recursos para fabricarlo, pasando por cómo se produce, cómo se usa y cómo se desecha. Sirve para conocer qué impacto tiene ese producto en el medio ambiente en cada una de esas etapas. Podríamos decir que es como reconstruir la “biografía” del producto, analizando qué recursos ha utilizado, cuánta energía ha consumido o qué emisiones ha generado a lo largo de toda su existencia.

¿Por qué es importante esta herramienta en el ámbito de la investigación y la innovación agroalimentaria?

Porque nos permite tomar decisiones con más criterio. Gracias al ACV, podemos identificar qué prácticas agrícolas o ganaderas son más contaminantes, cuáles consumen más agua o energía, y dónde es posible mejorar. Es una herramienta muy útil para implantar estrategias eficaces. Si queremos producir alimentos de forma más sostenible, antes tenemos que saber qué parte del proceso tiene más margen de mejora. Y para eso, el ACV es fundamental.

En este análisis completo de ciclo de vida, ¿qué tipo de impactos se suelen evaluar?

Los más habituales son las emisiones de gases de efecto invernadero, que contribuyen al cambio climático; el consumo de agua, que determina la cantidad de agua empleada y en qué parte del proceso; y el uso de energía, especialmente si proviene de fuentes no renovables. También se analiza la contaminación del suelo y del agua, que puede venir del uso de fertilizantes o pesticidas, y la generación de residuos, tanto sólidos como líquidos. En resumen, se trata de evaluar todo aquello que puede afectar de manera negativa al planeta por la forma en que producimos y consumimos.

Para poder evaluar todos estos impactos, ¿cómo se estructura un estudio de ACV?

El proceso se estructura en varias fases. Lo primero es definir el objetivo: saber qué queremos analizar y con qué propósito. Por ejemplo, estudiar el impacto ambiental de producir un kilo de tomates. El segundo paso es recopilar un inventario de datos: ahí recogemos toda la información sobre los materiales, la energía y los recursos que se emplean, así como los residuos o emisiones que se generan. Luego viene la evaluación de impactos, que consiste en traducir esos datos en impactos ambientales concretos, como emisiones o consumo de agua. Y por último, la interpretación: en esta fase analizamos los resultados y extraemos conclusiones útiles para poder tomar decisiones más sostenibles.

Entendiendo el proceso general, ¿cómo se ha aplicado en NEIKER esta metodología?

El ACV forma parte ya del enfoque habitual de trabajo en NEIKER y está presente en muchos de nuestros proyectos. Entre ellos, destacan varios subvencionados por la convocatoria LIFE: CarbonFarming, GreenSheep y Crops4LIFE. Cada uno de ellos está centrado en evaluar la sostenibilidad de distintos sectores: el vacuno de carne, el ovino (tanto de leche como de carne) y el sector hortícola, respectivamente. En este contexto, es importante mencionar también la estrecha colaboración que hemos ido consolidando con la Asociación de Productores de Carne (ASOPROVAC) y con PROVACUNO, la interprofesional de la carne de vacuno.

¿Qué papel desempeña el ACV en la toma de decisiones dentro de estos proyectos de investigación?

El ACV nos da una base sólida para tomar decisiones basadas en datos. Cuando se investiga una nueva técnica, un producto o una forma distinta de producir alimentos, esta herramienta permite comparar opciones y ver cuál tiene un menor impacto ambiental. Por ejemplo, si estás probando dos tipos de fertilizantes, el ACV te muestra cuál contamina menos. Si estás desarrollando un nuevo envase, te ayuda a ver cuál gasta menos recursos o genera menos residuos.

De esta forma, las decisiones no se toman solo por intuición, sino con un análisis completo de todo el ciclo de vida del producto. En resumen: el ACV actúa como una brújula que orienta la investigación hacia soluciones más sostenibles.

Para realizar estos análisis, ¿qué herramientas o software se utilizan en NEIKER?

Dependiendo del objetivo del proyecto, en NEIKER utilizamos dos enfoques diferentes. En algunos casos, recurrimos a herramientas estándar como el software comercial SimaPro, muy extendido a nivel internacional. Pero en otros proyectos hemos optado por desarrollar nuestras propias herramientas específicas, pensadas para calcular la sostenibilidad del sector agroganadero en Euskadi.

Es el caso de BehiCarbon, ArdiCarbon y BovidCO2, diseñadas respectivamente para los sectores de vacuno de leche, ovino y vacuno de carne. Esta última se encuentra actualmente en proceso de registro en copropiedad con ASOPROVAC. Estas herramientas nos permiten realizar análisis más ajustados a la realidad local y facilitar su uso por parte del propio sector.

¿Qué papel juega NEIKER en la promoción del ACV en el sector agroalimentario?

En NEIKER desempeñamos un papel destacado en la promoción del ACV. Por un lado, generamos el conocimiento científico necesario para avanzar en su desarrollo, estandarización y aplicación en el sector agroalimentario. Pero, además, a través de las investigaciones, perfeccionamos metodologías, creamos bases de datos fiables y diseñamos herramientas específicas que permiten evaluar con rigor los impactos ambientales de los productos agroalimentarios.

También promovemos la formación de profesionales capacitados en esta materia y colaboramos con empresas, administraciones públicas y otros agentes para que el ACV forme parte de la toma de decisiones. En definitiva, ayudamos a integrar esta visión en el sector y a fomentar una economía más sostenible e informada.

Con estos recursos, ¿cómo ha contribuido el ACV a la reducción del impacto ambiental en el sector agroalimentario?

El ACV ha sido una especie de lupa para ver con claridad qué partes del proceso agroalimentario generan más impacto ambiental. Gracias a él, muchas personas dedicadas a la agricultura y a la ganadería, así como empresas y centros de investigación, han podido tomar decisiones más acertadas: usar menos fertilizantes químicos, ahorrar agua, reducir el consumo de energía o elegir envases más sostenibles.

Por ejemplo, se ha visto que implementar ciertas mejoras en el manejo de las explotaciones -como, por ejemplo, ajustar la alimentación del ganado, optimizar las dosis de abonado o introducir técnicas de riego más eficientes- puede tener un efecto muy significativo en la huella ambiental. Todo esto ha permitido avanzar hacia formas de producción que cuidan más del medio ambiente, sin que eso suponga perder productividad.

Y mirando al futuro, ¿cuáles son las tendencias del ACV que está explorando NEIKER?

En el sector agroalimentario, las tendencias futuras del ACV avanzan por varios frentes. Por un lado, se está trabajando en modelos más dinámicos, que permiten tener en cuenta cambios a lo largo del tiempo, como el crecimiento de los cultivos o la variabilidad del clima, en lugar de asumir condiciones fijas.

También se está desarrollando el ACV especializado, que incorpora datos geográficos (como los sistemas de información geográfica, GIS) para reflejar mejor las diferencias locales en impactos como el uso del agua o las emisiones.

Otra línea importante es la integración del ACV en evaluaciones multicriterio, que combinan aspectos ambientales, sociales y económicos, por ejemplo, a través del análisis del ciclo de vida social (S-LCA) y el de costes (LCC).

Además, se están impulsando huellas ambientales específicas, como la huella hídrica, de carbono o de biodiversidad, que usan la lógica del ACV para centrarse en impactos concretos.

Finalmente, la digitalización es otra tendencia para tener en cuenta. El uso de big data, sensores o blockchain permite recoger datos de campo en tiempo real y construir inventarios de ciclo de vida (ICV) mucho más precisos y actualizados.

Para terminar, ¿qué mensaje clave sería importante transmitir sobre la importancia del ACV en la investigación agroalimentaria?

Si queremos producir alimentos de forma más sostenible, primero tenemos que saber dónde están los mayores impactos. El ACV nos da esa visión completa: nos permite ver todo el recorrido de los productos, desde el campo hasta el plato, y detectar en qué partes del proceso podemos mejorar. En definitiva, es como tener un mapa que nos guía hacia una forma de agricultura más eficiente, más consciente y respetuosa con el planeta.

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